"La imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Si yo no tuviera memoria no podría imaginar". Jorge Luis Borges

lunes, 16 de mayo de 2011

La esquina del ombú


LA ESQUINA DEL OMBU”

“Tanta infancia,  tantos sueños,
cobijó bajo sus ramas, la esquina del ombú”

Afectuosamente a Nidia Lencina

La llovizna, dejó presentir el fondo de chimeneas, que, monótonamente interpretaban su canción de humo.

Amaneció  lluvioso y fresco, perfecto clima para una mañana de sábado con  mate, charla y crocantes facturas recién traídas de la panadería.

Llevaba más de veinte minutos en espera del remis, cuando,  finalmente lo vi subir la rampa del gran Hotel.

Nomás me acomodé,  le indique al chofer: - a la esquina del ombú, por favor.

Sin más que: - como Ud. diga Señor-  nos dirigíamos  a esa dirección tan extraña como poética.

La charla, mate y factura, se prolongó hasta el mediodía. Improvisamos una ligera comida, con lo que había.

Fue durante ese almuerzo, que surge la historia que quiero contar.

Nidia, levantándose de la mesa, fue hasta el refrigerador, abriendo la puerta dijo:

- Finalmente le llegó la hora.

Extrañados por la expresión, Miguel y yo, giramos hacia ella. Mientras, Delia, continuaba mojando el pan, en el huevo frito recién hecho.

-Nidia, sonriendo, alzó la botella y afirmó:

- Hace rato que está ahí, la trajo mi hijo.

-Nunca hubo oportunidad de abrirla.

-Hoy, es el día de esta botella ¡¡es vino patero!!

Sonriendo, y sin dejar de comer, Delia, hizo el clásico gesto, ¡que rico!

Nidia asintió,  un segundo después, llenaba las  copas, con el azul néctar de uvas maduras.

Un brindis, y continuamos conversando.
En el fondo de mi copa, brillaba la última gota vino; minúsculo fragmento de su parral natal.

Mi vista, permaneció  fija sobre del rojizo-azulado fondo de la copa.  Quise decir algo. En ese momento, Nidia, continuó narrando:

-Ellas, me prestaban las revistas. Las tenían sobre un largo mueble; eran muchísimas.
-Apoderarme un rato de ellas, era mí placer, parte de mi mundo cotidiano.

Dijo mientras preparaba el café; que, ya dejaba presentir su aroma.

-Todos los días, iba a buscar las revistas.

En ese instante, su voz, tomó el sonido  de la nostalgia que abarca todas las cosas que están en el pasado, y  que por un segundo, necesitan  que las pensemos.

Bebí la última gota del azulado  néctar.

Me acerqué más a la mesa, no quería perder  ni una sola palabra. Nosotros cuatro, junto a la  mesa, éramos la  memoria de todas las cosas.

Lo repitió varias veces, mientras sirvió el café.

-Claro que soñaba.
-Desde chica soñaba; aquellas revistas me enseñaron como se sueña en grande.
-Tantos y tantos nombres famosos, escritores, poetas, vanguardistas y clásicos.

-Seleccionaba los relatos, muchos los guardaba para la hora de la siesta.
-Otros, prefería leerlos a la noche, cuando luego de agotada la cómplice vela, terminaba con los ojos ardidos.

Observé, que la tarde en lluvia, continuaba deslizándose por los cristales del ventanal. 

Nidia, recordó a aquellas mujeres, que, bordaban y planchaban, planchaban y bordaban, dejando transcurrir,  entre silencios y anocheceres, cada uno de sus días.

-Para ellas, y como referencia de la vida, estaban las revistas. No bailaban, no
-cantaban, es más, creo que nunca lo hicieron. Para eso estaban las revistas.
-Dejando sus tareas por un segundo, tomaban las revistas entre sus manos, y, así, 
-por un  absorto instante lograban espiar a vida. Luego, juntando sus nadas,
-regresaban al silencioso trabajo.

La pequeña Nidia, aquella chiquita, que tarde a tarde  corría  en busca de las revistas, soñaba contarle al mundo, absolutamente todo lo que acumuló en su memoria; mientras parpadeaba una vela, confundida con el humo , de aquel único y permitido  cigarrillo.

Leía y leía,  lo hacia  todas las noches, hasta que le picaban los ojos.
Aquellas revistas la hicieron soñar, tanto, tanto, que una noche lo decidió.
Soñó despierta hasta que el cansancio la adormeció sobre ellas.
Al despertar, la madrugada  estaba entretejiendo el día.

Entre  café y  cosas dulces, el rincón  de la revistas se aquietó en el recuerdo, y esta tarde, esta tarde de sábado, llueve sobre él.

Mil veces lo pensó, claro que lo pensó, quería trasmitir, comunicar, decirle al mundo todo aquello.
Ya, deseaba el fin del tiempo de la noche, y salir,  salir a contarlo  a través de un micrófono, en el estudio de una radio.

En la  lluviosa inmensidad del paisaje. Mientras esperaba mi remis de regreso, vi aquietarse las sombras, acurrucándose en la tarde nicoleña.

-¿Saben que me paso? –No sé porqué, tal vez la charla; el silencio de la tarde permitiendo ese murmurar de lluvia. No sé porqué, llegaba a mi mente el aroma a panadería en aquellas noches, cuando  ese perfume, invadía el barrio, bordeando el filo de la madrugada.

En ese momento, Nidia, salió  apurada cubriéndose de la lluvia, subió al coche, que, rápidamente se dirigió  hacia Savio en dirección a la radio. Aceleró la marcha, tenía prisa. Por millonésima vez, su voz recorrería  la inmensidad de esta ciudad.
Es que, nuevamente, la esperaba la tarde, y allá el micrófono. Una vez más, debía enseñar a soñar.

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