"La imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Si yo no tuviera memoria no podría imaginar". Jorge Luis Borges

sábado, 18 de noviembre de 2017

Las Brazzi

Un boceto de Roque Vega

LAS BRAZZI
Roque Vega
“Fue un tiempo de barcos, acordeón y marineros”

Las Brazzi,  viven en la cortada Parker a mitad de cuadra. Al lado del despacho de vino y aceite.
Ellas pertenecen a la memoria del barrio. Se las visita en momentos muy especiales, son bordadoras y planchadoras de ropa fina.
Cuando se las necesita,  Betty es la que atiende. Seria de pocas palabras.
Bibi, la mayor, no se deja ver. Siempre en la zapie, borda y plancha,     mira de reojo y continúa en su quehacer.
Violeta, es la excepción, no hay chisme del barrio  que  se le escape. Es coqueta.  Labios  exageradamente  pintados. El rouge algo  pasa los limites.  
Siempre dispuesta  para ayudar a los vecinos. Sonriente.  No es como las hermanas: -¡Esas son amargas, me aburren! –lo repite a cada rato.
Va de aquí por allá con su gastada bolsa para los mandados.
¡Qué Dios nos libre de encontrarla  en la panadería, almacén, porque puede quedarse hasta el anochecer.
Al entrar  a la casa aun sin haber descargado la mercadería comienza a recitar el rosario de chismes: Que el hijo del doctor ¡Y la maestra, mejor ni hablar¡ ¡Claro! ¡Ustedes siempre aquí adentro, si no fuese por mí, vivirían en el limbo!
Betty y Bibi la miran de reojo y continúan bordando y planchando. Les molesta la alegría de Violeta. Ella  canta, tararea tangos tras tango, y no solo eso, también sabe las canciones de moda, esos enloquecedores ritmos de ahora.
Las vecinas comentan cosas de las Brazzi.
Con ellas vive su sobrino. Mariano, excelente jugador de futbol, un defensor de primer nivel. Este año termina el secundario.
Desde siempre Violeta mima a Mariano: las vecinas la recuerdan paseándolo por la escollera, cochecito va, cochecito viene. Acompañándolo al cine. Aquel domingo cuando vino el circo. Violeta no faltó a ninguna fiesta del colegio. Jamás dejó de hacer la torta con velitas para los cumpleaños. Tardes enteras junto a Mariano  en la calesita de la plaza Matheu.
Un budincito, el trozo más grande de pizza, unos pesos que escabulle de los mandados. Ella tapa a Mariano en sus pillerías de adolescente. 
Está orgullosa de él por sus calificaciones: -¡A este chico le da el Bocho! – ¿A quién habrá salido? Seguro que no es por el ejemplo de la casa!  ¡Porque nosotras tres  andamos siempre de corte, lo digo por eso de las luces!
¡No sé, si le gusta el futbol!  Pero siempre está  junto al sobrino  en el potrerito de Olavarría. No se pierde ningún partido.
El barrio la mira, ella lo sabe. La miran y murmuran. No le preocupa canta, ríe, parecería que nada la roza.
Lo hace para no mirar adentro, para no perderse en el  silencio de sus hermanas. Cantando cree distraer la realidad.
¡Sabe que las vecinas hablan! No agacha la cabeza, pero si recuerda al igual que las vecinas. Cuando sus padres llevaron a Betty al campo, estuvo como un año, dijeron que tenía anemia  y de paso  ayudaba a su  prima, que  esperaba un bebe.
¡Desde siempre murmuran las vecinas. No hace caso. Lo que le interesa es el muchacho. Que viva feliz, disfrute con sus amigos. Sea un hombre de bien. Que  jamás dude que las tías lo trajeron para darle lo mejor.
Violeta habla y habla.  Lo hace para no herir, para no indagar en el orgulloso silencio de la casa, o preguntarse, sin obtener respuesta:
- ¿A quién habrá salido Mariano tan alto y con esos inmensos ojos azules, siendo que Betty es tan petisa y morocha?




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