"La imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Si yo no tuviera memoria no podría imaginar". Jorge Luis Borges

lunes, 27 de noviembre de 2017

Don Francisco

Un boceto de RoqueVega

DON FRANCISCO
…Francisco y Pilar, llegaron de Finisterre  por el treinta y tantos
instalándose en La Boca, hasta convertirse en parte de ella…
Roque Vega

El almacén con despacho de bebidas es parte del  barrio. Está  en la esquina de Garibaldi, sobre la cortada que va hacia el río. Ese edificio y Don Francisco son  la misma cosa.
Al entrar el gran mostrador con cajones vidriados, exhibiendo fideos, azúcar, arroz. Sobre  el costado izquierdo la balanza, junto a  los cobertores de cristal para el dulce de batata. Sobre las latas de galletitas, cuelgan los jamones.  Junto a la puerta chica, el expendedor de kerosene.
Detrás de la desteñida pana roja, el despacho de bebidas. Una docena de mesas, gran  estaño. Frascos con aceitunas y maníes. La máquina de café. El tirador de cerveza.
Junto al Almacén,  la puerta que lleva a la vivienda familiar. Mil veces fui con los muchachos hasta esa puerta. Es que los hijos de don francisco juegan bien al futbol. Y en este barrio es muy importante. Desde la primaria que venimos jugando el inconcluso campeonato con sabor a baldío de la esquina. Los domingos a la mañana  la purreteada con sus viejos y hermanos festejamos los goles. El baldío fue nuestra bombonera de la infancia.
Luego del partido,  el bullicioso mediodía del convento. Asado o fideos. Todos a la mesa y aquellos programas  de radio mientras esperábamos el partido de la tarde.
De eso hablaré después,  ahora, quiero contarles de don Francisco y Pilar. Los viejos de Carlos y Alberto, los pibes del almacén.
Don Francisco, hombre de palabra, su conducta lo llevó a  ganarse el cariño y respeto del barrio.
Según  chamuyan sus hijos, es exigente con horarios, estudios y educación.
Por este barrio la magia transita sus calles diariamente, algunos de ellos son mas mágicos;  cuando todo fluye como el aire entre los árboles. Fue en uno de esos días que me enteré. Nadie sabe lo que escuché.
Sentados a una mesa del despacho de bebidas Don Francisco hablaba con un señor. Tomándole las manos le dijo: -¡Que Dios nos perdone!
Un segundo después llego Pilar, sentándose  a la mesa junto a ellos.
Don Francisco continuó: -¡Pilar era mía, antes de aparecer ese mocito!
El Cabo(*) es testigo de nuestro secreto amor. Ella, una niña de quince años, y la casaban por la fuerza. Yo veintidós y enamorado como los pájaros de la aurora.
Eso es Pilar para mí,  la aurora de mi vida la plenitud del sol que hace germinar la naturaleza.
¡Dime! ¿Quién puede frenar el ímpetu de dos enamorados? ¡Fue un amor prohibido, un gigantesco torbellino! ¡El fuego de un volcán, entre ojos acusadores!
¡Luego aquella noche! Corrimos camino abajo, la estación de trenes, el puerto y esos interminables días en medio de la tormenta.
Viajamos abrazados, casi sin hablar, ambos escapados, y yo el ladrón.
Le robé la dicha a ese mocito, que apenas conocía.
Lo ves, para continuar, fue necesario que ambos dejáramos el pasado en otro lado, más allá del mar, y así fue.
Asustados  ante esta ciudad, caminamos hasta salir del puerto. Apenas algunas cosas  logramos sacar aquella noche. Nos hundimos por el camino nuevo mirando  aquí y allá, Dios nos llevaría hacia algún destino. Y fue así que al llegar a Pinzón el  cartel: - “Se alquila pieza y cocina”- nos dio el primer respiro.
Nos atendió la Señora Aida, al mirarnos supo de nuestra ansiedad; tal vez presintió el secreto. Su marido, era dueño de un almacén y despacho de bebidas en la Av. Patricios. Dos días después  yo estaba trabajando  en ese local.
Con el tiempo y la convivencia nació una buena amistad. Luego, Pilar comenzó con su trabajo de costura.
Cuando compramos este local, los niños eran pequeños.
A pilar le brillaban los ojos, cuando  don Francisco, señalando al desconocido, dijo: -¿Recuerdas mujer al más pequeño de tus hermanos? ¡Antes de escapar lo abrazaste muy fuerte!  Ambos le mentimos diciendo que íbamos por golosinas.
-¡Oye, pequeño, no hagas bulla, no digas nada! ¡Solo silencio y aguarda tranquilo aquí! ¡Te traeremos muchas golosinas!
El niño quedó junto a la ventana. Unos pasos por el camino y le enviaste un beso al roce de tu mano. Luego, corrimos hasta desaparecer.
Cuantas veces lo pensamos: -El niño  habrá quedado esperando junto a la ventana. Hasta que la mañana se encargó de la verdad.
Rodaban las lágrimas por el rostro de Pilar cuando don Francisco señalando al desconocido le dijo; -¿No lo abrazas, mujer?
¡Abrázalo! ¡Aun  espera la golosina de tu cariño   

(*) Cabo de Finisterre - Galicia

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