"La imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Si yo no tuviera memoria no podría imaginar". Jorge Luis Borges

domingo, 10 de diciembre de 2017

La última violeta

Un boceto de Roque Vega

LA ÚLTIMA VIOLETA
Por don Pedro de Mendoza hacia Necochea,
la niebla trasnocha el puente  silenciando  el paisaje.

El piringundín transita una noche más.
Un fueye gime tangos presagiando la mañana. En frenética danza todos intentan retener la magia del lugar bebiendo  el  último resto  de soledad.
Olga, simula una sonrisa, entrega el ramo de violetas. La mujer lo toma sin dejar de abrazar al circunstancial amigo. Este, sin levantar la vista deja varias monedas sobre la mesa.
Olga agradece, retirándose hacia el fondo del salón.
-¡Violetas! ¡Violetas  señor!
¡Violetas para una bella dama!
Andrés, entre besos y caricias solo vio la mano de la mujer tomando el dinero.
 Ahora, la observa alejarse entre  humo y risas.
-¡Otra copa! Dice su amiga sin dejar de besarlo.
Andrés  mira hacia el fondo del salón, sabe que es ella. Bebe el champán fantaseando la caricia del recuerdo.
Es madrugada.
Paso lento, manos en los bolsillos. El frio lo obliga  a levantar el cuello del sobretodo. Hoy al igual que ayer, busca su esquina ¡Necesita apoyar el cansancio!

Acelera el paso.
 -¿La viste? ¡Es un miñón! ¡La rubia, esa,  la que vive en la casona!
¡Si, flaco! ¡Te lo dije ayer! ¡Un miñón!
Andrés, restrega las rodillas y el pantalón cubierto de tierra. Debajo el brazo trae la pelota.
Dos pasos más atrás y olvidando el gol o tal vez ese que no fue penal, Cacho y el Tano murmuran sobre el rayo de sol que enmarca el rostro de la piba.
-¡Cache en dié, Rulo!¡Siempre igual! ¡Me lo decís ahora lo del partido! ¿A qué hora mañana? ¡Tengo que decirle a la vieja, que voy a llegar más tarde!
¡Se arma! ¡Si no estoy en casa cuando llega el viejo!
 ¡El sábado el baile en lo de Oscar! ¡Él lo armó! ¡La hermana le hizo puente, invitó a la rubia! ¡Olga se llama!
Andrés asiente sin hacer gesto alguno.
La esquina se desdibuja en la tenue luz del farol. Apoya el recuerdo sobre el  paredón, hundiéndose en el cielo de su adolescencia.
Recuerda el día que la vio por primera vez, estaba parada junto a la puerta del caserón. Fue cuando regresaba del partido. Solo se miraron. El último rayo encendió la tarde sobre sus tranzas.
Diagonales de la vida le juegan espejismos. La llovizna ensordina la memoria del tiempo.  La sombra de la mujer le sonríe igual que aquella tarde.
 Olga se acerca acariciando su corto y encanecido cabello, dice:
-¡Andrés!¡Fue aquí! ¿Recordás?
Ahora junto a este puerta viven  mi sombra y tu ausencia!¡Resguardo entre las manos  mi corazón apenas estrenado!  Sonríe al descubrir la última violeta perdida en la diminuta canasta.
Sus envejecidas  manos la toman, llevándola a la solapa del sobretodo de Andrés y  dice: - ¡No temas, ambos estamos a un costado del tiempo! ¡Eso fue hace muchos atardeceres!
 ¡Te vi! ¡Tu amiga reía! ¡Reía y bebía! ¡Ella también, al igual que yo, te ofrece lo que jamás tuvo!
¡No! ¡No! ¡Te estoy mintiendo! ¡Es culpa del cansancio! ¡Porque al juntar nuestros labios roce el amor! ¡Los besos que te di, fueron una ofrenda! ¡Los otros besos, solo los presté en la soledad del amanecer!
 ¡Estas manos que acariciaron tu rostro, ahora tocan frías monedas en un gastado bolsillo de sacón!
Recuerdo la absurda despedida, nuestra inmadurez, tu cobardía en aceptar el niño y mis ganas de luchar.
 ¡Acercate, Andrés! ¡No temas!
¡Es que, nuestro olvido fue previo al comienzo! Luego la lluvia se llevó todo!
¡Con que celo guardaste el secreto! ¡Con infinita vergüenza negaste nuestro amor!¡Es más, jamás volví a saber de vos!
¡Cuánto añoso viento sobre nuestras vidas! ¡Muchas veces el destino nos obliga a mirar hacia atrás. Entonces  entramos en ese tiempo sin después
 -¡Violetas! ¿Violetas señor?
¡Un delicado ramito para su hermosa dama!
Andrés no la mira. Esconde el rostro sobre el pecho de la circunstancial amiga y ríe.
El eco de la ausencia gime entre el trasnochado fueye y las monedas recién levantadas  de la mesa.
Olga gira, los ve beber, abrazarse.
Amanece.
Rumbo a Barracas el monótono chirrear del tranvía 20.
Cuenta las monedas ganadas.
Recuerda la voz de Andrés jurando amor, junto a la canchita de Olavarría.
¡Luego el adiós, la huida, matar el sueño! ¡Después, sus noches sin trenzas, noches de copas, abrazos, señores y más señores a quienes mentirle lo que le faltó! 
Desciende del tranvía.
La bruma de la madrugada reaviva  la imagen de aquella  esquina. Cuando abrazados le decía:
-¡Sos mía! ¡Mía por siempre! ¡Olga, la de las trenzas doradas de sol!     

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